miércoles, 9 de diciembre de 2009

Como pájaros abatidos

Es octubre. Estoy parada en el frente de la escuela.  No en el camino de entrada siempre helado en estos meses, ni en el portón de hierro bastante desvencijado, ni siquiera en el patio de adelante. Eso tendría lógica, pero no. No hay niños revoloteando cerca.

Estoy sola sobre las baldosas  amarillas del corredor techado que es a la vez entrada y salida, pasaje hacia los baños y hacia el patio posterior -rarezas de la arquitectura escolar.

El aire está frío y claro y alcanzo a detectar el  olor a humedad de la tierra desnuda allí afuera. Me arrebujo en mi capa buscando atemperarme. No sé qué me trajo hasta acá. No es uno de los lugares de la escuela donde transito comúnmente.

De pronto advierto que la tarde se ha puesto rara, como erizada, alerta. El vientecito pertinaz ha quedado detenido sobre este punto, el más alto de la cuchilla, justo donde la carretera tuerce hacia la izquierda y huye. 

Oigo un murmullo sofocado que parece venir de lejos. Bajo el escalón y avanzo hacia el portón pero me detengo abrumada. La curva de la carretera ha comenzado a vomitar patrulleros, chanchitas, motos, camellos. Un aullido huracanado de sirenas y motores estalla al pasar frente a nosotros en dirección a Pando. Una embestida de gases apeñuscados me arremete.    

En este año de mil novecientos sesenta y ocho nada de lo que sucede es inocente.

Todo está cargado de oscuridad y presentimientos.

Algo está a punto de pasar. Algo, tal vez, irreversible.

Es tal la tensión que ya no siento el cuerpo, ni el dolor que provoca el ruido infernal rebotando en mis oídos, sólo la brasa ácida de la angustia sobre el estómago.

No sé en qué momento ha llegado, pero José Pedro también está allí, a mi costado. Clavado al piso, con la mirada oscura, contenida,  y las manos agarrotadas dentro de los bolsillos del chaquetón, observa igual que yo. Una profunda arruga surca su frente.

No emitimos palabra. Sólo un intercambio de silencios. Sólo desazón.

La bestia está lanzada. Tiene permiso en este tiempo apretado de violencias

Siento piedad por lo que pueda ocurrir. 

Por lo que no será posible detener.

Por el abrazo que no podremos dar cuando los pájaros sean abatidos entre los árboles de un monte.

4 comentarios:

  1. buenisimo... se me erizó la piel, y eso que nunca viví tal situación, ni siquiera de lejos.

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  2. Anita, qué precioso texto!
    Qué movilizador, qué fuerte, me resuena más profundo aún con tus palabras y las de raquel (de esa amiga en común que tanto debe haber sufrido...)
    Qué bien escribís, cala hasta los huesossss!!!
    astrid

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  3. Queridas, si les llegó, estoy contenta.
    No es fácil trasmitir experiencias tan
    fuertes. Aunque... ¿recuerdan el hermoso y
    desgarrante texto de Raquel?
    Abrazos, Ana

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